martes, septiembre 21, 2010

Locus cero



Ricardo Piglia acaba de publicar una novela que se desarrolla en un pueblo. Para colmo de males, la historia transcurre en el año 1972, cuando los pueblos eran más pueblos. Cuenta Piglia que en los 70, junto a un grupo de escritores amigos - entre los que sólo recuerdo a mi querido Saer- se propusieron escribir desde y sobre la ciudad. ¿Una temprana reacción en contra del realismo mágico y el post-boom con sus innumerables pueblos y pueblecitos? No lo sé.

No he leído todo lo de Saer, pero lo poco que he leído no se desarrolla completamente en una ciudad. De Piglia sí he leído todo y puedo decir otro tanto: sus historias se desarrollan más que en ciudades, en suburbios. ¿No viaja Renzi a un pueblo en la provincia de Entre Ríos a buscar a su tío? ¿No está Junior siempre en lo peor de lo peor del suburbio citadino? O mejor: aún cuando están en ciudades, los personajes vienen arrastrando historias de las pampas, de una isla en el río Tigre. La ciudad atravesada por lo rural, lo que viene de fuera, lo recóndito. En "La ciudad ausente" la ciudad está ausente, valga la redundancia.

Y ahora Piglia ubica su historia directamente en un pueblo.

Podría decir que hay una literatura neo – rural en ciernes si no fuese porque no creo que se pueda hacer una división exacta entre lo rural y lo urbano.

Yo no creo en la literatura urbana, mucho menos si se trata de la urbe caraqueña. Es cierto: el tráfico, el anonimato, la violencia, la muchedumbre. Pero también en cierto que muchos tienen que ir a buscar el agua para bañarse con un perolito, que en ciertas zonas de Caracas abunda la santería y la mitología, que se va la luz, que llueve y se acaba el mundo, que los autobuses no llegan a tiempo, que el metro parece un camión que transporta ganado, que algunas señoras se saben la vida de todos los habitantes de su calle, etc. Es decir: que a las grandes soledades y preocupaciones de la urbe hay que sumarles ciertas preocupaciones por la subsistencia que tienen fuertes reminiscencias rurales. A las voces múltiples y ultra contemporáneas de lo urbano hay que sumarle las mitologías antiquísimas y las creencias milenarias. Al artista encerrado en su recoveco mental y apartamental, hay que añadirle la conserje chismosa y pueblerina.

Es cierto: las propagandas, la cultura pop, la música contemporánea, las tecnologías de la comunicación. Pero: ¿acaso en el espacio rural no se puede tener acceso a los mismo si uno se empeña? ¿Para qué son los satélites, entonces? ¿el teléfono? ¿Internet?

Si acaso hubiese un renacer de lo rural en la literatura, sería siempre una ruralidad entrecomillada. Porque ni lo rural es rural, ni lo urbano es urbano. Las categorías binarias fueron abolidas hace muchísimo tiempo.

A algunos escritores les gusta hacer de la ciudad un personaje literario que mueve los resortes de la historia, que organiza las pasiones de los personajes. Pero muchos escritores nómadas prefieren desdibujar el espacio, ubicar sus historias en lugares imaginarios o distantes. Lo que de ahora en adelante llamaré "locus cero".

Cuando me vine a vivir a este fin de mundo, a este campo, a esta periferia, pensé que nunca serían leídas mis historias porque a quién le interesa leer algo sobre ciudades fantasmas del oriente venezolano, por un lado. O a quien le parecerán interesantes las historias escritas desde este lugar en la nada, por otro. Me sorprendió leer que Amos Oz se preguntaba lo mismo. Bueno, casi lo mismo: quién querría leer algo sobre ese Jerusalén cotidiano, tan pueblo, tan nada, en el que él vivía. Se decía Oz que no podría ser escritor porque no vivía en el centro del mundo: París, Londres, Nueva York. Salvando las distancias, yo me decía a mí misma que no podría ser escritora si no vivía en Caracas (a lo sumo, Margarita o Mérida) Y una vez emigrada, Madrid o París. Oz me contestó que el lugar en el que uno se encuentra es el centro del mundo. Maturín es el centro de mi mundo venezolano. También Cumaná y alrededores. Allí "me encuentro" –entrecomillas, claro- Mi mundo israelí tiene su centro en algunas pequeñas ciudades del sur, dos calles de Tel – aviv y este campo. Desde aquí me entrecomillo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

El año pasado dije en una entrevista que mi estilo era urbano-cumanés, y la periodista se lo tomó en serio, y también algún estudiante despistado de la UDO. Creo que lo explicas muy bien: "Porque ni lo urbano es urbano, ni lo rural es rural." O al revés.
Me gusta mucho el texto y me gusto lo de "locus cero".

Un abrazo,

Rubi

LL dijo...

Qué maravilla el estilo"urbano-cumanés" ! Josefina Ludmer habla de literaturas que no están marcadas por esas dualidades pasadas de moda: urbano/rural, quién ha dicho que eso pueda existir en espacios tan complejos como los nuestros!

Un beso!

Enza García dijo...

"Yo no creo en la literatura urbana, mucho menos si se trata de la urbe caraqueña. Es cierto: el tráfico, el anonimato, la violencia, la muchedumbre. Pero también en cierto que muchos tienen que ir a buscar el agua para bañarse con un perolito..."

¡Liliana presidente!

LL dijo...

jajajaja! Tan bella, Enza!!